El proceso es sobradamente conocido: cuanto más se prohíbe consumir unos determinados alimentos, más ganas tenemos de comerlos y más frustrados nos sentimos. E inevitablemente, pronto o tarde, acabamos sucumbiendo, con el posterior sentimiento de culpabilidad.
¿Resultado? Cogemos kilos y nos sentimos culpables. ¿A qué te suena?…